LA CASA
por Lorena Díaz Meza
Si no fuera por la casa, ya nada sabríamos el uno del otro; es ella la que aun nos une, negándose a ser parte de este fracaso. No recuerdo exáctamente el momento en que dio un vuelco y solo quedaron estas paredes protegiendo el vacío que hemos formado. A veces me da la sensación de que fue la casa la que se negó a que cada uno partiera por su propio camino y siento, no sólo cuando llego y tu no estás sino, cada vez que guardo silencio, que este lugar que un día repletamos de sueños y metas, disputara con mi corazón lo que es o no correcto hacer.
¿En qué momento nos volvimos dos desconocidos? Si hasta yo me desconozco cuando estoy a tu lado, Antonio. Muchas veces he querido escapar de todo esto, pero en el fondo me da pena, y quizás cierta cobardía, el dejar la casa; es ella lo único que nos queda para recordar que un día fuimos felices juntos y para recordar también que los cuentos de hadas están en peligro de extinsión. ¿Por qué no te fuiste una de esas tantas veces en que amenzaste con desaparecer? ¿Por qué no arranqué cuando aún quedaba tiempo? Ahora es tarde. Siento que este lugar nos atrapó y no nos dejará salir tan fácilmente. Nos secuestró, nos apresó.
Son tres años Antonio, tres años desde que comenzamos a bajar la cuesta; primero fueron las palabras desabridas que nos atropellaban a la pasada, luegos tus llegadas a la hora en que el reloj ya no marcaba el tiempo, tu falta de apetito cuando te esperaba a almorzar o los viajes. Al principio te busqué por todos esos países donde partías con tus obras de arte a la espalda, y creo haber llorado en más de una oportunidad por un intento de conversación fallido. Pero después reconozco que también me di por vencida y dejé que el amor que sentía se escapara como el tuyo. ¿Acaso nuestras diferencias no permitieron que lográramos complementarnos? Tu con el arte, la libertad y las miradas filosóficas ante la vida, mientras yo buscaba en la ciencia y en la tierra lo que iba extraviando. Quizás faltó un hijo que nos uniera, quizás nos sobró independencia y libertad. No lo sé Antonio, pero hoy somos un vacío dividido en dos.
La casa que antes nos fue espaciosa, ahora se me volvió pequeña para los dos; trato de no encontrame contigo cuando nuestros descansos coinciden, pero estas paredes traidoras se reacomodan cada vez que nos sientes cerca, para hacernos topar de vez en cuando. Entonces me entristece mirarte y darme cuenta que no tenemos nada de qué hablar, que se borraron las palabras, los gestos, las sensaciones, que así como yo olvidé tu cuerpo desnudo, tú perdiste la colonización de mi calor.
Si no fuera por la casa Antonio, tu podrías traer a aquella mujer que ahora tienes, y cultivar con ella lo que en nosotros no se logró por falta de abono. Sé que deseas partir y formar tu vida a su lado, dejando los temores infantiles a los amores ocultos. Y yo, yo Antonio intentaría darme una nueva oportunidad con un compañero de trabajo que, de un tiempo a esta parte, he comenzado a mirar con una meta distinta. Pero esta casa desamparada se aferró a nosotros y a nuestros diez años de matrimonio, a sus paredes teñidas por nuestras manos, a nuestros pasos por sus habitaciones entre besos y caricias. Se aferró a nosotros por que no tiene un caserón con quien disgustarse ni de quien arrancar.
¿Qué pasó con la venta Antonio? Y es que nadie nos quiere comprar esta casa, pese a los murales que tu plasmaste, pese al hermoso jardín que yo mantuve y al Feng Shui que aplicamos alguna vez para que las buenas energías nos inundaran. Nadie, nadie quiere comprar nuestras ruinas, nuestro recuerdo. Si tan solo la compraran, al valor que fuera, tu podrías tener dinero para tu viaje, sin retorno, y yo podría arrendar algún sitio y salir de este capricho.
Pero estamos solos en este mundo. Estamos solos Antonio y nadie quiere comprar la casa, nadie quiere darnos una nueva oportunidad, ¿Y si la arrendamos? Pero no nos alcanzaría la repartición ni para movernos. Si tan solo hubiesemos guardado un peso, uno solo, pero me contagiaste de tu Carpe Diem y hoy estoy igual a ti. De manos cruzadas. Estamos atrapados, tu en la pieza de invitados y yo en la de un posible hijo que no llegó. Camas separadas, habitaciones distintas, mundos aparte. Hace dos años y medio que fuimos desterrados de la pieza matrimonial, y aunque hoy ya no estamos castigados por nuestros miedos y podemos volver allí cuando queramos, ninguno lo hace. Es como si un muerto habitara ese cuarto, un muerto al que nosotros le quitamos la vida y tememos ser descubiertos.
Escapemos Antonio, aunque sea el último intento que realizamos juntos. Escapemos. Escapemos para no vernos más la cara y terminar de borrar huellas. Escapemos aunque no tengamos donde ir, pero escapemos. Así podremos rehacernos nuevamente.
Antonio, ya pasó la tormenta destruyendo todo, y no es tu culpa por dejarme de querer, no es mi culpa por mirarte como a un desconocido, no es culpa de quienes conviven en nuestra intimidad. Es culpa de la mala suerte en la ubicación de nuestra residencia, es culpa de la cama que te hace sentir frío, es culpa de los servicios que quedaron puestos sobre la mesa, es culpa de los dos televisores encendidos a la misma vez, es culpa de las fotos en la pared, de que haya una una sola ducha para las mañanas, de las paredes que juegan a cambiarse de sitio para que me espíes cuando duermo, para que te busque cuando siento tu voz. Es culpa de la casa.
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